lunes, 7 de diciembre de 2009

Una gran alegria para nuestra Diocesis.

El Papa designó un obispo coadjutor en la diócesis de San Luis

Buenos Aires, 7 Dic. 09 (AICA)



El Santo Padre Benedicto XVI nombró obispo coadjutor de San Luis al presbítero doctor Pedro Daniel Martínez, de 53 años, actual rector del Seminario mayor Santa María Madre de Dios de la diócesis de San Rafael.
La información fue difundida, como es de práctica, en Roma y en Buenos Aires en forma simultánea. Aquí lo hizo el nuncio apostólico, monseñor Adriano Bernardini, a través de la agencia AICA.
Con este nombramiento la Argentina cuenta con 120 obispos.
El nuevo prelado sucederá al actual obispo de San Luis, monseñor Jorge Luis Lona, cuando éste cumpla 75 años y el Papa decida aceptarle la renuncia canónica. Actualmente tiene 74 años.

Mons. Pedro Daniel Martínez. Datos biográficos
Nació en la ciudad de Mendoza el 5 de marzo de 1956.
Cursó sus estudios filosóficos y teológicos en el Seminario Arquidiocesano de Paraná y fue ordenado sacerdote en la arquidiócesis de Mendoza el 17 de diciembre de 1981.
Su primer nombramiento fue como vicario parroquial en la parroquia San Vicente Ferrer, en Godoy Cruz (1982-1984). Después fue destinado a la parroquia Santa María Goretti en Luján de Cuyo. Simultáneamente ejerció el oficio de notario del Tribunal Eclesiástico de Mendoza (1983-1984).
Por invitación del obispo de San Rafael se incardinó en esa diócesis y fue enviado a Roma para terminar los estudios teológicos. En 1992 concluyó el doctorado en Derecho Canónico en la Pontificia Universidad Lateranense, y más tarde, en 2003, siempre en la misma universidad, obtuvo el doctorado en Teología Dogmática.
En la diócesis de San Rafael se desempeñó como Secretario Canciller (1992-1993) y como Prefecto de Estudios y Formador del Seminario Mayor Diocesano Santa María Madre de Dios, hasta 1993. Junto a su función docente en el Seminario de San Rafael, enseñó también Teología en el Seminario San Miguel Arcángel de San Luis. Desde 1998 hasta 2000 fue profesor titular de Teología en la Cátedra de Economía del Instituto del Carmen de San Rafael. Desde 2005 es profesor de Teología Fundamental en la Facultad de Psicopedagogía, Filosofía y Ciencias Sagradas de la Universidad Católica de Cuyo.
Entre los años 1999 y 2001 la Congregación vaticana para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica lo designó Consejero del Comisario Pontificio para la Asociación “Instituto del Verbo Encarnado (I.V.E.)”, y desde el años 2000 hasta 2002 fue perito consultor de la Comisión Episcopal Fe y Cultura de la Conferencia Episcopal Argentina.
Es miembro de la Sociedad Argentina de Derecho Canónico, de la Sociedad Argentina de Teología y de la Sociedad Tomista Argentina.
Colaboró con varias obras de investigación teológica, y publicó en varias revistas. Además, en 2006 editó “El magisterio ordinario de la Iglesia en el pontificado del beato Pío IX”.
Desde 2008 es rector del Seminario diocesano de San Rafael.

La diócesis de San Luis
La diócesis de San Luis, cuya jurisdicción diocesana comprende todo el territorio de la provincia del mismo nombre, fue creada por el papa Pío XI el 20 de abril de 1934.
Tiene una superficie de 76.780 kilómetros cuadrados y una población de unos 430.000 habitantes, de los cuales se confiesan católicos el 90%.
Cuenta con 48 parroquias y 115 iglesias y capillas no parroquiales. Para la atención espiritual de la feligresía cuenta con 76 sacerdotes (75 diocesano y 6 religiosos), un diácono permanente y 82 religiosas. La diócesis cuenta con 20 centros educativos.
El actual obispo, monseñor Jorge Luis Lona, es el quinto diocesano. Lo precedieron monseñor Pedro Dionisio Tibiletti (1935-1045), monseñor Emilio Antonio Di Pasquo (1946-1961), monseñor Carlos María Cafferata (1961-1971), y monseñor Juan Rodolfo Laise OFMCap. (1971-2001).+

sábado, 21 de noviembre de 2009

Ave Christus Rex!








 Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el sublime y altísimo grado de su ciencia cuanto porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la verdad. Se dice también que reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad(1) y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie -entre todos los nacidos- ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús. Mas, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino(2); porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.




En el Antiguo Testamento

Que Cristo es Rey, lo dicen a cada paso las SS. Escrituras.


Así, le llaman el dominador que ha de nacer de la estirpe de Jacob 3 ; el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra 4 . El salmo nupcial, donde bajo la imagen y representación de un Rey muy opulento y muy poderoso, se celebraba al que había de ser verdadero Rey de Israel, contiene estas frases: El trono tuyo, ¡oh Dios!, permanece por los siglos de los siglos; el cetro de tu reino es cetro de rectitud 5 . Y omitiendo otros muchos textos semejantes, en otro lugar, como para dibujar mejor los caracteres de Cristo, se predice que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz... y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extremo del orbe de la tierra 6 .


 A este testimonio se añaden otros, aun más copiosos, de los Profetas, y principalmente el conocidísimo de Isaías: Nos ha nacido un Párvulo y se nos ha dado un Hijo, el cual lleva sobre sus hombros el principado; y tendrá por nombre el Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo venidero, el Príncipe de Paz. Su imperio será amplificado, y la paz no tendrá fin; se sentará sobre el solio de David, y poseerá su reino para afianzarlo y consolidarlo haciendo reinar la equidad y la justicia desde ahora y para siempre 7 . Lo mismo que Isaías vaticinan los demás Profetas. Así Jeremías, cuando predice que de la estirpe de David nacerá el vástago justo, que cual hijo de David reinará como Rey, y será sabio y juzgará en la tierra 8 . Así Daniel, al anunciar que el Dios del Cielo fundará un reino, el cual no será jamás destruido..., permanecerá eternamente 9 ; y poco después añade: Yo estaba observando durante la visión nocturna, y he aquí que venía entre las nubes del cielo un personaje que parecía el Hijo del Hombre; quien se adelantó hacia el Anciano de muchos días y le presentaron ante El. Y dióle éste la potestad, el honor y el reino: Y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: La potestad suya es potestad eterna, que no le será quitada, y su reino es indestructible 10 . Aquellas palabras de Zacarías donde predice al Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino, había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas 11 , ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?


En el Nuevo Testamento

 Por otra parte, esta misma doctrin sobre Cristo Rey, que hemos entresacado de los libros del Antiguo Testamento, tan lejos está de faltar en los del Nuevo que, por lo contrario, se halla magnífica y luminosamente confirmada.


En este punto, y pasando por alto el mensaje del Arcángel, por el cual fue advertida la Virgen que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David su Padre y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin 12 , es el mismo Cristo el que da testimonio de su realeza; pues, ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora, al responder al Gobernador Romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los Apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey 13 , y públicamente confirma que es Rey 14 , y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra 15 . Con las cuales palabras ¿qué otra cosa se significa sino la grandeza de su poder y la extensión infinita de su reino? Por lo tanto, no es de maravillar que San Juan le llame Príncipe de los Reyes de la tierra 16 , y que El mismo, conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito en su vestido y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de los que dominan 17 . Puesto que el Padre constituyó a Cristo heredero universal de todas las cosas 18 , menester es que reine Cristo, hasta que, al fin de los siglos, ponga bajo los pies del trono de Dios a todos sus enemigos


En la liturgia

 De esta doctrina común a los Sagrados Libros, se siguió necesariamente que la Iglesia, reino de Cristo sobre la tierra, destinada a extenderse a todos los hombres y a todas las naciones, celebrase y glorificase con multiplicadas muestras de veneración, durante el ciclo anual de la Liturgia, a su Autor y Fundador como a Soberano Señor y Rey de los Reyes.


Y así como en la antigua salmodia y en los antiguos Sacramentarios usó de estos títulos honoríficos que con maravillosa variedad de palabras expresan el mismo concepto, así también los emplea actualmente en los diarios actos de oración y culto a la Divina Majestad y en el Santo Sacrificio de la Misa. En esta perpetua alabanza a Cristo Rey descúbrese fácilmente la armonía tan hermosa entre nuestro rito y el rito oriental, de modo que se ha manifestado también en este caso que la ley de la oración constituye la ley de la creencia.




Fundada en la unión hipostática

 Para mostrar ahora en qué consiste el fundamento de esta dignidad y de este poder de Jesucristo, he aquí lo que escribe muy bien San Cirilo de Alejandría: Posee Cristo soberanía sobre todas las criaturas, no arrancada por fuerza ni quitada a nadie, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza 20 . Es decir, que la soberanía o principado de Cristo se funda en la maravillosa unión llamada hipostática. De donde se sigue que Cristo, no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su Imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas.


 Y en la redención

 Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista adquirido a costa de la Redención? Ojalá que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador. Fuisteis rescatados, no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero Inmaculado y sin lucha 21 . No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande 22 ; hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo 23 .


 Carácter de la realeza de Cristo


 Triple potestad
 Viniendo ahora a explicar la fuerza y naturaleza de este principado y soberanía de Jesucristo, indicaremos brevemente que contiene una triple potestad, sin la cual apenas se concibe un verdadero y propio principado. Los testimonios, aducidos de las SS. Escrituras, acerca del Imperio universal de nuestro Redentor, prueban más que suficientemente cuanto hemos dicho; y es dogma, además, de Fe católica, que Jesucristo fue dado a los hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como legislador a quien deben obedecer 24 . Los santos Evangelios no sólo narran que Cristo legisló, sino que nos lo presentan legislando. En diferentes circunstancias y con diversas expresiones dice el Divino Maestro que quienes guarden sus preceptos demostrarán que le aman y permanecerán en su caridad 25 . El mismo Jesús, al responder a los judíos, que le acusaban de haber violado el Sábado con la maravillosa curación del paralítico, afirma que el Padre le había dado la potestad judicial, porque el Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar se lo dio al Hijo 26 . En lo cual se comprende también su derecho de premiar y castigar a los hombres, aun durante su vida mortal, porque esto no puede separarse de una forma de juicio. Además, debe atribuirse a Jesucristo la potestad llamada ejecutiva, puesto que es necesario que todos obedezcan a su mandato, potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse.


 Campo de la realeza de Cristo

 En lo espiritual
14. Sin embargo, los textos que hemos citado de la Escritura demuestran evidentísimamente, y el mismo Jesucristo lo confirma con su modo de obrar, que este reino es principalmente espiritual y se refiere a las cosas espirituales. En efecto; en varias ocasiones, cuando los judíos, y aun los mismos Apóstoles, imaginaron erróneamente que el Mesías devolvería la libertad al pueblo, y restablecería el reino de Israel, Cristo les quitó y arrancó esta vana imaginación y esperanza. Asimismo, cuando iba a ser proclamado Rey por la muchedumbre, que, llena de admiración le rodeaba, El rehusó tal título de honor, huyendo y escondiéndose en la soledad. Finalmente, en presencia del Gobernador romano manifestó que su reino no era de este mundo. Este reino se nos muestra en los Evangelios con tales caracteres, que los hombres, para entrar en él, deben prepararse haciendo penitencia y no pueden entrar sino por la Fe y el Bautismo, el cual, aunque sea un rito externo, significa y produce la regeneración interior. Este reino únicamente se opone al reino de Satanás y a la potestad de las tinieblas; y exige de sus súbditos, no solamente que, despegadas sus almas de las cosas y riquezas terrenas, guarden ordenadas costumbres y tengan hambre y sed de justicia, sino también que se nieguen a sí mismos y tomen su cruz. Habiendo Cristo, como Redentor, rescatado a la Iglesia con su Sangre y ofrecídose a sí mismo, como Sacerdote y como Víctima, por los pecados de mundo, ofrecimiento que se renueva cada día perpetuamente, ¿quién no ve que la dignidad real del Salvador se reviste y participa de la naturaleza espiritual de ambos oficios?


En lo temporal

Por otra parte, erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo que los poseedores de ellas las utilicen.


Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales el que da los celestiales 27 . Por tanto, a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas palabras de Nuestro Predecesor, de i. m., León XIII, las cuales hacemos con gusto Nuestras: El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el Bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la Fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano 28 .

 En los individuos y en la sociedad

El es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de El no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual debamos salvarnos 29 .


El es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos  No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones, a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo, si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria. Lo que, al comenzar Nuestro Pontificado escribíamos sobre el gran menoscabo que padecen la autoridad y el poder legítimos, no es menos oportuno y necesario en los presentes tiempos, a saber: Desterrados Dios y Jesucristo -lamentábamos- de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que... hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido 31 .


 En cambio, si los hombres, pública y privadamente reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia. La regia dignidad de Nuestro Señor, así como hace sacra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del Estado, así también ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos. Por eso el apóstol San Pablo, aunque ordenó a las casadas y a los siervos que reverenciasen a Cristo en la persona de sus maridos y señores, mas también les advirtió que no obedeciesen a éstos como a simples hombres, sino sólo como a representantes de Cristo, porque es indigno de hombres redimidos por Cristo el servir a otros hombres: Rescatados habéis sido a gran costa; no queráis haceros siervos de los hombres 32 .


 Y si los príncipes y los gobernantes legítimamente elegidos se persuaden de que ellos mandan, más que por derecho propio, por mandato y en representación del Rey divino, a nadie se le ocultará cuán santa y sabiamente habrán de usar de su autoridad y cuán gran cuenta deberán tener, al dar las leyes y exigir su cumplimiento, con el bien común y con la dignidad humana de sus inferiores. De aquí se seguirá, sin duda, el florecimiento estable de la tranquilidad y del orden, suprimida toda causa de sedición; pues, aunque el ciudadano vea en el gobernante o en las demás autoridades públicas a hombres de naturaleza igual a la suya y aun indignos y vituperables por cualquier cosa, no por eso rehusará obedecerles cuando en ellos contemple la imagen y la autoridad de Jesucristo, Dios y hombre verdadero.


 En lo que se refiere a la concordia y a la paz, es evidente que, cuanto más vasto es el reino y con mayor amplitud abraza al género humano, tanto más se arraiga en la conciencia de los hombres el vínculo de fraternidad que los une. Esta convicción, así como aleja y disipa los conflictos frecuentes, así también endulza y disminuye sus amarguras. Y si el reino de Cristo abrazase de hecho a todos los hombres, como los abraza de derecho, ¿por qué no habríamos de esperar aquella paz que el Rey pacífico trajo a la tierra, aquel Rey que vino para reconciliar todas las cosas; que no vino a que le sirviesen sino a servir: que siendo el Señor de todos, se hizo a sí mismo ejemplo de humildad y estableció como ley principal esta virtud, unida con el mandato de la caridad; que, finalmente dijo: Mi yugo es suave y mi carga es ligera?


¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejarán gobernar por Cristo! Entonces verdaderamente -diremos con las mismas palabras que Nuestro Predecesor León XIII dirigió hace veinticinco años a todos los Obispos del orbe católico-, entonces se podrán curar tantas heridas, todo derecho recobrará su vigor antiguo, volverán los bienes de la paz, caerán de las manos las espadas y las armas, cuando todos acepten de buena voluntad el imperio de Cristo, cuando le obedezcan, cuando toda lengua proclame que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre


Quas primas
Carta encíclica de S.S. Pío XI sobre la fiesta de Cristo Rey

11 de diciembre de 1925

martes, 17 de noviembre de 2009

Proceso de protestantización del Catolicismo II

Publicamos un articulo del sacerdote Jesuita Horacio Bojorge ,donde nos da un panorama,como hoy la Tradicion catolica se va protestantizando.



Un buen conocedor del paño calvinista

Otra voz que señala la protestantización es la del cardenal primado de Holanda, Adrianus Simonis, quien, como holandés, es un buen conocedor del paño calvinista. En una entrevista a la revista 30 Días publicada en octubre de 1995, afirmó: “La situación de la Iglesia es hoy dificilísima. Puede uno preguntarse si no está en acto, en el mundo del oeste, una sedicente segunda Reforma. Hablo de una situación semejante a la del siglo XVI, que laceró a la Iglesia. [...] Esta segunda Reforma me parece aun más peligrosa que la primera”.

Quien recuerde lo sucedido con el catecismo holandés, con el sínodo pastoral holandés y con el llamado a Roma de los obispos holandeses, comprenderá a qué se está refiriendo el cardenal Simonis. Sólo que él, en esta entrevista, no se refería solamente a la Iglesia en Holanda, pionera del proceso secularizador protestantizante, ni solamente a lo que señala Wiltgen sobre el Concilio, sino a un acontecer que ya se daba antes del Concilio y que eclosionó vigorosamente durante el Concilio, a raíz de él y después de él.


Mengua de la devoción eucarística


El Cardenal Basil Hume, según un informe de The Catholic Herald publicado el 3 de septiembre de 1999, lamentaba, muy poco tiempo antes de su muerte, el hecho de que los católicos de su país hubiesen perdido la devoción por la Eucaristía, base de la Fe católica, asimilándose así al cristianismo protestante. Esto sucedía no obstante el alerta de Pablo VI en su encíclica Mysterium Fidei, en la que el Papa había salido, ya en 1965, al cruce de “opiniones acerca del las Misas privadas, del dogma de la transubstanciación [y por consiguiente de la presencia real], y del culto eucarístico que turban las almas” [12] . Se trata de las mismas opiniones de Lutero. En 1967, a poco de terminado el Concilio, Pablo VI comprobaba la extpansión de este tipo de “desviaciones doctrinales análogas a las que efectuó en su época la Reforma Protestante” (27-6-67)


Mengua de las vocaciones sacerdotales y de la vida sacramental

El Cardenal Godfried Danneels, de Bruselas, manifestó en una entrevista al Catholic Times el 12 de mayo de 2000, que la crisis de las vocaciones sacerdotales ha llegado a ser tan severa que pone en riesgo la existencia misma de la Iglesia católica en Europa y arriesga su reducción a un cristianismo de tipo protestante: "Sin sacerdotes, la vida sacramental de la Iglesia terminará por desaparecer. Vamos a transformarnos en protestantes, sin sacramentos. Vamos a ser otro tipo de iglesia, no católica". Como bien lo ha señalado el P. André Manaranche S.J., la ideología teológica de matriz protestante que está en la raíz de la crisis es la que equipara el sacerdocio ministerial con el sacerdocio común de los fieles [13] .

El Cardenal Godfried Danneels ha percibido también el fenómeno de protestantización bajo la forma de una creciente pérdida del sentido de la economía sacramental que caracteriza a la fe católica. “Los sacramentos – afirma - han dejado de ser el centro de gravedad para la pastoral católica. De hecho, aunque los hombres y mujeres contemporáneos todavía entienden el poder de la palabra y la relevancia del servicio diaconal en la Iglesia, tienen muy poca comprensión y apreciación de la realidad del mundo sacramental. Como resultado, la liturgia corre el peligro de ser dominada, en gran parte, por un exceso de palabras o, de ser considerada meramente como un modo de recargar las pilas para tomar parte en el servicio y en la acción social. La Iglesia parece ser nada más que un sitio donde uno habla y donde se pone al servicio del mundo. La vida sacramental está cambiando su puesto desde el centro de la Iglesia, a la periferia” Y concluye preguntando: “¿Será tal vez comparable a una lenta e inconsciente protestantización de la Iglesia desde adentro?” [14]

Con estas mismas apreciaciones del Cardenal Danneels coinciden tanto Max Thurian, figura célebre del ecumenismo, como el también célebre liturgista Pere Tena. Ambos lamentan, como el Cardenal, que la praxis litúrgica se haya hecho excesivamente verbalista, asemejándose en la práctica al culto protestante más allá e incluso contra la intención de los documentos conciliares y de lo que permite la Nueva Ordenación de la Misa de Pablo VI >[15] .


Indisciplina ritual y secularización de la liturgia


El Cardenal Joseph Ratzinger, caracterizando el grado de indisciplina litúrgica post-conciliar dentro del catolicismo, llegó a admitir en una oportunidad que “no hay dos misas iguales”. Ahora bien, la falta de cánones litúrgicos comunes y fijos, bajo pretexto de libertad creativa, es característica del culto de las comunidades protestantes. En relación con esta deriva litúrgica en el catolicismo postconciliar, el Cardenal Ratzinger deploraba el hecho, cada vez más frecuente, de que: “No sólo los sacerdotes, a veces hasta los obispos, tienen la impresión de no ser fieles al concilio si oran con arreglo al misal”. Y ejemplificaba: “han de introducir al menos una fórmula ‘creativa’, por trivial que sea. El saludo civil a los asistentes y, a ser posible, también los mejores deseos a la despedida, son ya partes obligadas de la celebración litúrgica que nadie se atreve a eludir” [16] . La razón de todo ello la veía el Cardenal en el olvido de que, según la visión católica, la liturgia es Opus Dei y que como tal no es creación de la comunidad o de un grupo de creyentes ni está librada a la creatividad humana. “La liturgia es bella – afirmaba el Cardenal Ratzinger – precisamente porque nosotros no somos sus agentes, sino que participamos en lo que es más grande, nos envuelve e incorpora [...] toda liturgia es liturgia cósmica, un salir de nuestras humildes agrupaciones hacia la gran comunidad que abraza cielo y tierra” [17] .

Protestantismo y modernidad

En 1985, el periodista Vittorio Messori le preguntaba al Card. Joseph Ratzinger en la entrevista que se publicó como Informe sobre la fe [18] :

- Messori: “Empiezo con una ‘provocación’: Eminencia, hay quien dice que se está dando un proceso de ‘protestantización’ del catolicismo”.

- Card. Ratzinger: “Depende de cómo se defina el contenido de ‘protestantismo’. Quien habla hoy de ‘protestantización’ de la Iglesia católica, se referirá sin duda, en términos generales, a un cambio de eclesiología, a una concepción diferente de las relaciones entre la Iglesia y el Evangelio. Existe, de hecho, el peligro de semejante cambio: no es un mero espantapájaros montado por algunos círculos integristas.

- Messori: Pero ¿por qué precisamente el protestantismo – cuya crisis no es ciertamente menor que la del catolicismo – debería atraer hoy a teólogos y laicos que hasta el Concilio permanecían fieles a Roma?

- Card. Ratzinger: “Desde luego no es fácil explicarlo. Me viene a las mientes esta consideración. El protestantismo surgió en los comienzos de la Edad Moderna y, por lo mismo, está más ligado que el catolicismo a las ideas-fuerza que produjeron la edad moderna. Su configuración actual se debe en gran medida al contacto con las grandes corrientes filosóficas del siglo XIX. Su suerte y su fragilidad están en su apertura a la mentalidad contemporánea. No es extraño que teólogos, católicos, que no saben ya qué hacer con la teología tradicional, lleguen a opinar que hay en el protestantismo caminos adecuados y abiertos de antemano para una fusión de fe y modernidad”.

¿Profetas del Rey?

Permítaseme interrumpir la entrevista e intercalar una reflexión en atención al tema que vengo tratando: El Cardenal le responde a Messori, concediendo que el peligro de protestantización del catolicismo es real, que existe y que no es una ilusión integrista. Pasa luego a dar una interpretación del fenómeno: hay una cierta congenialidad del espíritu de la Reforma protestante con el espíritu moderno. Esta observación sugiere que hay que ponderar los riesgos y repensar las condiciones de un aggiornamento para que no sea indiscreto, para que no sea una apertura al mundo ingenua e idílica y por ende suicida. La ‘protestantización’ de tantos católicos tiene mucho que ver con una mimetización acrítica con el mundo moderno, a costa de la propia identidad. La protestantización derivada de este mimetismo con la cultura dominante es directamente proporcional a la falta de capacidad contracultural de los católicos de hoy. Sólo si logran ser contraculturales lograrán permanecer fieles católicos. Los asimilados engrosarán las filas de las sectas y las comunidades eclesiales protestantes.

Por mimetización acrítica y por incapacidad de contracultura, los cristianos terminan siendo lo que he llamado en otro lugar “el partido del mundo” dentro de la Iglesia [19] , o “los profetas del Rey” [20] . Es lo que estamos observando en Latinoamérica, donde hasta la protesta política de los creyentes se ejerce a menudo desde una sumisión a lo político y no desde la libertad de los hijos de Dios. Pero continuemos con la entrevista de Messori al Cardenal Ratzinger.

Hoy como ayer, una desviación eclesiológica

- Messori: ¿Qué principios entrarían en juego en esa opinión?

- Card. Ratzinger: “Hoy como ayer [21] , el principio de la Sola Scriptura desempeña un papel primordial. Para un cristiano medio hoy resulta más ‘moderno’ y ‘evidente’ admitir que le fe nazca de la opinión individual, del trabajo intelectual, de la contribución del especialista. Si ahondamos más, encontraremos que de tal concepción deriva lógicamente el que el concepto católico de Iglesia ya no es realizable, y que se debe buscar un nuevo modelo, en el sitio que sea, dentro del vasto ámbito del protestantismo”

- Messori: Así que desembocamos, una vez más, en la eclesiología

- Card. Ratzinger: “Ciertamente. Al hombre moderno de la calle le dice, a primera vista, más un concepto de Iglesia que en lenguaje técnico llamaríamos ‘congregacionalista’ o de ‘Iglesia libre’ (Freechurch). De donde se sigue que la Iglesia es una forma mudable y pueden organizarse las realidades de la fe del modo más conforme posible a las exigencias del momento. Ya hemos hablado de ello varias veces, pero vale la pena volver sobre el tema: resulta casi imposible para la conciencia de muchos, hoy día, el llegar a ver que tras la realidad humana se encuentra la realidad divina. Este es, como sabemos, el concepto católico de la Iglesia, que, ciertamente es mucho más duro de aceptar que el que el que acabamos de esbozar, que no es, por supuesto, ‘lo protestante sin más’, sino algo que se ha formado en el marco del fenómeno ‘protestantismo’”

Lutero hoy, ante la Congregación para la Doctrina de la Fe

- Messori: A finales de 1983 – quinto centenario del nacimiento de Martín Lutero -, visto el entusiasmo de alguna celebración católica, las malas lenguas insinuaron que actualmente el Reformador podría enseñar las mismas cosas que entonces, pero ocupando sin problemas una cátedra en una universidad o en un seminario católico. ¿Qué me dice de esto el Prefecto? ¿Cree que la Congregación dirigida por él invitaría al monje agustino para un ‘coloquio informativo’?

- Card. Ratzinger (sonríe): “Sí, creo de veras que habría que hablar también hoy con él muy seriamente y que lo que dijo tampoco hoy podría considerarse ‘teología católica’. Si así no fuera, no sería necesario el diálogo ecuménico, el cual busca precisamente un diálogo crítico con Lutero y plantea la cuestión de cómo cabe salvar los grandes principios de su teología y superar cuanto en ella no es católico”

- Messori: Sería interesante saber en qué temas se apoyaría la Congregación para la Doctrina de la Fe para intervenir contra Lutero.

- Card. Ratzinger: “No hay la menor duda en la respuesta: ‘Aún a costa de parecer tedioso, creo que nos centraríamos una vez más en el problema eclesiológico. En la disputa de Leipzig, el oponente católico de Martín Lutero le demostró de modo irrefutable que su ‘nueva doctrina’ no se oponía solamente a los Papas, sino también a la Tradición, claramente expresada por los Padres y por los Concilios. Lutero entonces tuvo que admitirlo y argumentó que también los concilios ecuménicos habían errado, poniendo así la autoridad de los exegetas por encima de la autoridad de la Iglesia y de su Tradición”.

- Messori: ¿Fue en ese momento cuando se produjo la ‘separación’ decisiva?

- Card. Ratzinger: “Efectivamente, así lo creo. Fue el momento decisivo, porque se abandonaba la idea católica de la Iglesia como intérprete auténtica del verdadero sentido de la Revelación. Lutero no podía compartir la certeza de que en la Iglesia hay una conciencia común por encima de la inteligencia e interpretación privadas. Quedaron alteradas las relaciones entre la Iglesia y el individuo, entre la Iglesia y la Biblia. Por tanto, si Lutero viviera, la Congregación habría de hablar con él sobre este punto, o, mejor dicho, sobre este punto hablamos con él en los diálogos ecuménicos. Por otra parte, no es otra la base de nuestras conversaciones con los teólogos católicos: la teología católica debe interpretar la fe de la Iglesia; cuando se pasa directamente de la exégesis bíblica a una reconstrucción autónoma, se hace otra cosa”.

¡Sí Eminencia! ¡Se hace teología protestante!

Hay que ser contracultural para permanecer católico

La entrevista de Vittorio Messori al Cardenal Ratzinger continúa ponderando las vicisitudes y posibilidades del diálogo ecuménico postconciliar. En un momento de esta conversación, el Cardenal Ratzinger afirma que al convivir protestantes y católicos, son los católicos los que corren mayor riesgo de deslizarse hacia las posiciones protestantes. “El auténtico catolicismo se mantiene en un equilibrio muy delicado, en un intento de compaginar aspectos que parecen contrapuestos y que, sin embargo, aseguran la integridad del Credo. Además, el catolicismo exige la aceptación de una mentalidad de fe que frecuentemente se halla en una radical oposición con la opinión actualmente dominante”.

Mons. Luigi Giussani: la intelectualidad católica gravemente protestantizada hoy

También Monseñor Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación, afirma la deriva protestantizante del catolicismo actual, especialmente de la intelectualidad católica; y hace un análisis de los principales rasgos que la ponen de manifiesto. Su señalación del hecho va acompañada de una descripción y caracterización de la esencia del mismo que coincide notablemente, salvas las diferencias de estilo y planteos, con la del Cardenal Ratzinger en la entrevista con Vittorio Messori. Me detendré a exponerla aunque, necesariamente, en forma sintética, como una corroboración de la objetividad de lo que decimos: que el proceso de protestantización dentro del catolicismo es un hecho que sigue operándose.

En una de sus obras: La Conciencia religiosa en el Hombre moderno [22] , afirma Mons. Giussani que no es solamente el Hombre moderno quien ha abandonado a la Iglesia sino que, de alguna manera, también la Iglesia ha abandonado o está por lo menos descuidando de alguna manera a la Humanidad. Ello es debido en gran parte, - opina Giussani - a que hoy “el hecho cristiano se presenta en el mundo profundamente reducido”. Está lejos – dice – de ser aquélla presencia en lucha contra la ruina del hombre que debería ser. “Hablo – dice – de una reducción del cristianismo en el modo de vivir su propia naturaleza”. Y caracteriza esa reducción así: “A mí me parece que el cristianismo en nuestro tiempo se ha visto como angustiado, debilitado, entorpecido por una influencia que podríamos llamar ‘protestante’”. Pero, - advierte inmediatamente -, “no es éste el lugar adecuado para detenernos a describir la profundidad religiosa de la que nace el protestantismo o que puede alcanzar; esto que voy a decir es una crítica dirigida ciertamente no al mundo protestante, sino a la realidad católica, o más bien diría, a la intelectualidad católica, que hoy se presenta gravemente protestantizada”.

Tres caídas: subjetivismo, moralismo, debilitamiento de la unidad

Prosigue explicando Mons. Giussani el sentido de esta protestantización en estos términos: “la observación capital que motiva dicho juicio consiste en la reducción del Cristianismo a ‘Palabra’ (‘Palabra de Dios’, ‘Evangelio’ o simplemente ‘Palabra’), [que sería lo más característico del espíritu protestante]. Esto da lugar a consecuencias decisivas para la cultura”. ¿Cuáles? Giussani enumera tres consecuencias o caídas: 1) subjetivismo, 2) moralismo y 3) debilitamiento de la unidad orgánica, histórica y social, del hecho cristiano.

Tres caídas “que tienden a reducir desde dentro el hecho cristiano, y en particular, al catolicismo; que lo desmovilizan desde dentro y debilitan en él la lucha contra una mentalidad para la cual ‘Dios no tiene nada que ver con la vida’”.

Tenemos que resignarnos con resumir aquí el iluminador análisis que hace de estas caídas protestantizantes:

1) Subjetivismo que deriva en sentimentalismo y pietismo, porque inevitablemente la Palabra se somete en último término a la interpretación personal, o en su defecto, a la interpretación de los exégetas. Pero no bastan los intelectuales para alcanzar la necesaria objetividad, ni la comunidad de base, ni siquiera la iglesia local.

2) Moralismo porque ¿qué comportamiento sugerirá la Palabra ante el embate de los problemas humanos y de la urgencia de la realidad social? La respuesta es, por desgracia, una sola: el comportamiento del hombre se verá guiado y verá medido su valor, por los ideales que apruebe la cultura dominante. Una concepción de vida avalada por el poder y reconocida, en consecuencia, por la mayoría. Si el cristianismo es reducido a palabra, viene a coincidir con una emoción de la conciencia que tiene el derecho de interpretarla, y tal conciencia no puede independizarse del flujo de los valores que más se estiman en el momento histórico en que vive. La moral termina siendo fijada por el poder real, por la identificación con los valores morales que la sociedad parece considerar evidentes. Y es así como la moralidad se convierte en moralismo rabioso.

Politización de los católicos proporcional a su creciente impotencia política

Viene al caso recordar aquí, en confirmación de estas observaciones de Mons. Giussani, lo que observa Gianfranco Morra acerca de las dificultades de muchos en aceptar la Doctrina Social de la Iglesia y de su relación con la mentalidad protestante. De una manera u otra se llega a desentenderse de la pretensión de la fe de configurar prácticamente el orden social y político concreto. Morra pone en relación estas posiciones mentales con lo que él llama ‘el escatologismo intratemporal protestante’ [23] . Es en otras palabras esa postura doctrinal protestante lo que ha dado lugar al nacimiento de la teología de la secularización dentro del mundo protestante, como un producto que el mundo protestante pudo reclamar como genio y tarea propias por boca de Dietrich Bonhoeffer y Friedrich Gogarten.

En esta visión se combina el optimismo acerca del progreso moral del mundo emancipado de toda referencia religiosa cristiana con el pesimismo acerca de la iglesia y de la fe, con la consiguiente abdicación de la pretensión cristiana a configurar el mundo según sus ideales. Esta bina de optimismo y pesimismo se combina, a su vez, con otra bina de pesimismo y optimismo, cruzada con la bina anterior, dando lugar a una actitud compleja que, sin embargo, determina la conducta política de los creyentes. Junto al optimismo ante el orden político, se es pesimista respecto de que el orden político pueda admitir las directivas del orden espiritual cristiano. Y junto al pesimismo por la capacidad de la fe para incidir en el orden político, se es optimista respecto de que el orden espiritual cristiano pueda subsistir sin daños mayores dentro de un orden político y social que se edifica a sus espaldas. Podría verse aquí, subyacente, una nueva forma de la lucha entre los dos poderes, el político y el espiritual en el mundo de Occidente, y una reiteración de las diversas posturas adoptables - e históricamente de hecho adoptadas - ante este problema. ¿No sería una postura semejante a la de Lutero frente al príncipe secular? ¿No sería, en el fondo, la tentación de quemar incienso al César? ¿Y no sería el error de entender el aggiornamento como asimilación?

¿Reforma a costa de la identidad?

3) La tercera caída que comprueba Mons. Giussani es el Debilitamiento de la unidad orgánica del hecho cristiano. Como consecuencia de la reducción del cristianismo a Palabra, se debilita el nexo que une el presente al pasado, se debilita el valor de la historia, de la tradición y, por consiguiente, de la organicidad del acontecimiento cristiano que hace viva la vida de la Iglesia. Se debilita también el sentido del primado pontificio, se introduce un cierto congregacionalismo o episcopalismo, con debilitamiento de la adhesión al Papa y por lo tanto de la unidad catholica, es decir universal. Pero he aquí que una iglesia ‘local’ no puede mantenerse frente a una cultura dominante globalizada; sólo puede soportarla [¿puede?]. La Iglesia local solamente puede recibir sus valores de la Iglesia catholica o sucumbirá ante la cultura global. Mientras el gobierno mundial se globaliza, el del catolicismo corre el riesgo de fragmentarse en conferencias episcopales nacionales. Las ‘iglesias particulares’, delimitadas y separadas por fronteras políticas, lingüísticas y socio culturales, corren el riesgo de funcionar de espaldas las unas a las otras y de asemejarse a las iglesias nacionales protestantes.

El debilitamiento de la unidad católica se manifiesta, pues, en un debilitamiento de la comunión que es diacrónico y sincrónico a la vez. Diacrónico por debilitamiento de la comunión de la Iglesia de hoy con la Iglesia del pasado. Para algunos parecería que la Iglesia católica hubiese comenzado del Concilio Vaticano II en adelante. Sincrónico, por debilitamiento de la conciencia de comunión de las Iglesias particulares entre sí, con su cabeza y con el todo de la Catholica.

Esta es, a grandes rasgos la descripción que hace Mons. Luigi Giussani del proceso endógeno de protestantización que, a su juicio, está sufriendo el catolicismo y de manera especial sus intelectuales: el clero, los religiosos, los teólogos, los catequistas, los centros académicos y educativos.

Augusto del Noce: una caída en la inmanencia

Para el filósofo Augusto del Noce la protestantización del catolicismo era una evidencia ya en la década del setenta. Se ocupa de ella en un escrito de 1974. Lo que afirmaba entonces este pensador es coherente con lo que diez años después plantearía Giussani al hablar de las tres caídas del catolicismo. También para Del Noce la protestantización del catolicismo equivale a una caída. Una caída en el inmanentismo.

Para el agudo observador de la realidad espiritual de nuestra época que fue Del Noce, “si es verdad que el modernismo es la penetración del protestantismo en el catolicismo, no hay que imaginársela, sin embargo como una protestantización del catolicismo; la penetración da lugar a un fenómeno nuevo, en el cual se eliminan los caracteres religiosos trascendentes tanto del protestantismo como del catolicismo” [24] .

Lo que resulta, según del Noce, es la reducción de la teología a filosofía. El resultado, dice del Noce, es Friedrich Gogarten en el mundo protestante [la secularización como tarea para el cristiano] y J. B. Metz en el mundo católico [la teología política y su epígona latinoamericana, la teología de la liberación]. Los resultados son, respectivamente, el secularismo y la servidumbre política. El abandono del culto y de la trascendencia y el confinamiento en las tareas de la inmanencia. La plasmación, desde dentro del cristianismo, de la reducción hegeliano-gramsciana de lo trascendente a lo inmanente.

Aquí se afina la comprensión de la naturaleza de la congenialidad entre espíritu protestante y espíritu de la modernidad. La negación de la acción histórica del Espíritu Santo por parte de Marx, parece hija de la negación luterana y calvinista de su acción histórica en la Iglesia católica - y, a través de ella, en el mundo -; y es coherente con esta negación. Hegel es descendiente de Lutero. Pero Lutero nació católico. No se trata pues – como lo hemos advertido al comienzo - de acusar al protestantismo de ser el culpable de los males del catolicismo actual. Se trata de alertar al catolicismo sobre sus propios males.

Infidelidades en la Iglesia

De estos males del catolicismo actual, acaba de darnos un panorama el Pbro. Dr. José María Iraburu en su obra reciente Infidelidades en la Iglesia [25] , con un fragmento de cuyo testimonio daremos fin a este elenco de voces que podría ampliarse más.

Observando la realidad eclesial presente, donde detecta confusión y división, se pregunta Iraburu: “¿Cómo es posible que nunca haya habido en la Iglesia un cuerpo doctrinal tan amplio, asequible y precioso, y que al mismo tiempo nunca haya habido en ella una proliferación comparable de errores y abusos? Parecen dos datos contradictorios, inconciliables. La respuesta es obligada: porque nunca en la Iglesia se ha tolerado la difusión de errores y abusos tan ampliamente.

La confusión no es católica. Es, en cambio, la nota propia de las comunidades cristianas protestantes. En ellas la confusión y la división son crónicas, congénitas, pues nacen inevitablemente del libre examen y de la carencia de Autoridad apostólica.

El papa León X, en la bula Exurge Domine (1520), condena esta proposición de Lutero: «Tenemos camino abierto para enervar la autoridad de los Concilios y contradecir libremente sus actas y juzgar sus decretos y confesar confiadamente lo que nos parezca verdad, ora haya sido aprobado, ora reprobado por cualquier Concilio» (n.29: DS 1479).

Partiendo de esas premisas, una comunidad cristiana solamente puede llegar a la confusión y la división. Este modo protestante de acercarse a la Revelación pone la libertad por encima de la verdad, y así destruye la libertad y la verdad. Hace prevalecer la subjetividad individual sobre la objetividad de la enseñanza de la Iglesia, y pierde así al individuo y a la comunidad eclesial. Es éste un modo tan inadecuado de acercarse a la Revelación divina que no se ve cómo pueda llegarse por él a la verdadera fe, sino a lo que nos parezca. No se edifica, pues, la vida sobre roca, sino sobre arena.

De hecho Lutero destrozó todo lo cristiano: los dogmas, negando su posibilidad; la fe, devaluándola a mera opinión; las obras buenas, negando su necesidad; la Escritura, desvinculándola de Tradición y Magisterio; la vida religiosa profesada con votos, la ley moral objetiva, el culto a los santos, el Episcopado apostólico, el sacerdocio y el sacrificio eucarístico, y todos los sacramentos, menos el bautismo...

Pero Lutero, ante todo, destroza la roca que sostiene todo el edificio cristiano: la fe en la enseñanza de la Iglesia apostólica. Y lógicamente todo el edificio se viene abajo.

La fe teologal cristiana es cosa muy distinta, esencialmente diferente, de la libre opinión de un parecer personal. Como enseña el Catecismo, «por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios... La Sagrada Escritura llama “obediencia de la fe” a esta respuesta del hombre a Dios que revela (cf. Rm 1,5; 16,26)» (143)

La fe cristiana es, en efecto, una «obediencia», por la que el hombre, aceptando ser enseñado por la Iglesia apostólica, Mater et Magistra, se hace discípulo de Dios, y así recibe Sus «pensamientos y caminos», que son muy distintos del parecer de los hombres (Is 55,8)”.

Resumen e impresión general

Después de escuchar estas preclaras voces y sus inteligentes diagnósticos de la situación, permítasenos terciar modestamente con la nuestra. Me parece percibir que está teniendo lugar un enfrentamiento de culturas, de maneras de ver la vida. Lo que está sucediendo, y muchos católicos que quieren seguir siéndolo padecen, es la expansión de la cultura anglosajona de matriz protestante sobre naciones y poblaciones herederas de la cultura hispana y latina, de matriz católica.

Vivimos un capítulo más en la historia multisecular de la expansión de la reforma protestante. Pero no es un fenómeno exclusiva ni principalmente religioso; aunque quien se queda mirando solamente los hechos que se dan en ese campo, no logre ver sus conexiones con la penetración general; la que está teniendo lugar en todos los frentes de la vida y la cultura: la lengua, la literatura, la música, el folklore, las artes plásticas, el cine y la TV, la economía, la banca y el comercio, los recursos naturales y la facultad de disponer de ellos, la industria y sus normas, las ciencias del hombre, las relaciones laborales y familiares, los hábitos alimentarios y sexuales, el comportamiento humano, el derecho y la justicia...

En lo estrictamente eclesial, la deriva protestantizante, de la que no están libres ni las más altas esferas del clero, es reconocible dondequiera haya un receso de la devoción a la Eucaristía, a María y al Papa; de la piedad sacramental en general; una devaluación de las mediaciones, una disminución o pérdida del sentido de lo sagrado, un olvido o positiva aversión a ‘los que fueron antes’, una pérdida de la memoria, un desamor por las tradiciones; una indisciplina exegética que huele a Sola Scriptura. Pero también en una deriva hacia la nacionalización y politización del catolicismo, en una tendencia al episcopalismo y a las Iglesias nacionales, rasgos propios del protestantismo histórico. ¿Un signo? La Humanae Vitae, que puso a dura prueba la autoridad de Pablo VI, confrontado por enteras conferencias episcopales. ¿Otro? la pérdida de la autoridad del obispo limitada por un lado por la Conferencia episcopal y por otro por el consejo de presbiterio. No se me oculta que hago afirmaciones polémicas. Pero creo que son hechos que fundamentan mis afirmaciones.

Está en curso un corrimiento cultural general desde la matriz católica de la que alguien procede, hacia la matriz protestante que invade el mundo en que vive. Si no la asume y se identifica, tendría que resistirla y padecer. Y eso, como la fe, no es de todos.

Son cosas a tener en cuenta para proceder con inteligencia de la naturaleza de los hechos. Y para actuar con misericordia y humildad. Pero también para resistir firmemente y defender los valores recibidos en herencia, los que nos hacen ser lo que somos. Y para apreciar la gracia de preservación de la que, hasta ahora, hemos sido objeto.

En conclusión Hemos querido mostrar en este estudio cómo la exposición de la Novena Tempestad que nos hace el Padre Alfredo Sáenz en las conferencias sobre la Reforma Protestante es manifiestamente útil para orientarnos en la comprensión de la naturaleza de las derivas y tentaciones presentes en la vida de la Iglesia, ya que es un fenómeno espiritual que, como tantos y tan autorizados observadores de la realidad eclesial lo atestiguan, continúa y lo continuamos padeciendo.

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Horacio Bojorge S.J.

Proceso de protestantización del Catolicismo I

Publicamos un articulo del sacerdote Jesuita Horacio Bojorge ,donde nos da un panorama,como hoy la Tradicion catolica se va protestantizando.





Si el poder político de Constantino y sus sucesores se empeñó en lograr la unidad de la Iglesia católica como un bien político, parecería que el poder político global del mundo moderno favoreciera, por serle más congenial, al cristianismo protestante y la protestantización del catolicismo.



“Desviaciones doctrinales análogas a las que efectuó en su época la Reforma Protestante” SS Paulo VI (27-6-67)

Federico Mihura Seeber, en su introducción al primer tomo de “La Nave y las tempestades”, del P. Alfredo Sáenz S.J., (Ed. Gladius, Buenos Aires 2002) observaba atinadamente, que las olas y los embates sufridos por la Iglesia en el pasado serán los mismos que sufrirá más tarde, “sólo que mucho más graves”. Lo que Mihura Seeber observa acerca de las primeras persecuciones y herejías, vale también para la novena tempestad que el Padre Alfredo Sáenz nos presenta en el volumen titulado: La Reforma Protestante, que acaba de presentarse el 30 de noviembre del 2005 en Buenos Aires, y para el cual fueron escritas las páginas siguientes a modo de estudio preliminar.

En efecto, son numerosas, desde diversos sectores, y muchas de ellas muy cualificadas, las voces que afirman que el catolicismo continúa sufriendo hoy un proceso de protestantización. Un proceso que, según algunas de esas voces, sería aún más severo y más grave hoy que en el pasado. Bien puede decirse, a creerle a esas voces, que el efecto de la Reforma protestante no ha terminado aún y que asistimos en nuestros días a nuevos capítulos de ese proceso y hasta a una radicalización del mismo. De ahí que lo que nos dice en este volumen el Padre Sáenz resulte tan iluminador para comprender muchos hechos de la vida del catolicismo contemporáneo. En muchos aspectos puede comprobarse que la historia continúa.

Creo que la historia nos enseña a descubrir que el espíritu protestante nació en el seno del catolicismo y que sigue naciendo en él y de él. La Reforma protestante brota y sale de la Iglesia católica. Se plantea en sus comienzos como lo auténtico frente a lo inauténtico.

Pero a medida que se aparta de su cuna católica, lo protestante se desvirtúa progresivamente, languidece y muere. Se nutre del vigor católico del que nace y con el que convive, aunque sea en oposición dialéctica. Por eso el protestantismo está decayendo en Europa junto con el catolicismo y en cambio es vigoroso en Latinoamérica donde florece a costa de los remanentes del vigor cultural católico que él consume y destruye a la vez. Se diría que la protestantización es el camino de la autodisolución de lo católico y que por eso lo protestante no es, desde su raíz, algo exterior al catolicismo, sino de algún modo interior a él. Algo que le es tan necesario como las divisiones necesarias de que hablaba San Pablo o como el juanino: “Salieron de entre nosotros porque no eran de los nuestros pero esto sucedió para que se manifestara que no todos son de los nuestros” (1 Juan 2,19).

Por eso, no es mi intento acusar al protestantismo de ser el culpable de los males del catolicismo pasado y actual. Lo que corresponde es alertar al catolicismo acerca de sus propios males, de lo que está dentro de él y es capaz de salir de él y corporeizarse en formas antagónicas exteriores después de haber protagonizado antagonismos intestinos. La ruptura de la comunión suele estar latente, y tiende de suyo a permanecer latente, antes de quedar de manifiesto. Quisiera, pues, poner estas líneas bajo el amparo de las numerosas advertencias de Jesucristo, cuando nos exhorta a vivir en guardia, velando y orando; y nos dice con solícita caridad, transida de preocupación amorosa de hermano mayor: “Cuídense, guárdense” (Marcos 13, 5.9.33.37).

El cuadro clínico de la dolencia protestante según San Ignacio de Loyola


Por protestantización, entendemos un cambio complejo de la fe, de la religiosidad, de la sensibilidad, la piedad y la cultura católica. Se manifiesta principalmente en una disminución del afecto y la adhesión al Papa, a la Eucarística y a María. Este cambio consiste en una ruptura [1] latente con la tradición y la doctrina católicas que comienza como una exigencia de reforma y termina con la ruptura manifiesta con la comunión eclesial. Se ha señalado también que el lenguaje protestante es más bien dialéctico y contrapone los opuestos como disyuntiva: o, o; mientras que el lenguaje católico une los opuestos y los concilia: y, y.

San Ignacio de Loyola nos dejó un diagnóstico y una semiología de la Reforma protestante en sus: Reglas para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener. El título mismo de estas Reglas, nos enseña que la protestantización se presenta ante todo y visiblemente como una crisis del sentido común eclesial, del sentir católico. Para Ignacio, la expresión tiene el mismo sentido que en Pablo, cuando habla de tener un mismo sentir entre los hermanos en la fe y con Cristo: “siendo todos de un mismo sentir [...] tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús” (Filipenses 2, 2.5). La tentación ‘protestante’ entendida así, como ruptura de la unidad espiritual, está presente desde los orígenes. La quiebra inicialmente oculta, la ruptura con el sentido común católico, se manifiesta visible y exteriormente en forma de desobediencia: “depuesto todo juicio contrario [elemento interior oculto] debemos tener ánimo aparejado y pronto para obedecer en todo [manifestación externa] a la verdadera esposa de Cristo que es la nuestra santa madre Iglesia jerárquica” (EE 353). La existencia de una voluntad rebelde puede pasar inadvertida para el clínico, si se la toma como una inocente indisciplina.

Pero Ignacio percibió que la desobediencia de los reformadores era, en su esencia, 1) una crisis del sentido de comunión eclesial, 2) un defecto de la fe y 3) un error de la doctrina eclesiológica que implicaba: 4) otros dos errores, uno cristológico y otro pneumatológico.

San Ignacio percibió que la crisis de comunión – oculta bajo apariencia católica todavía o ya abiertamente protestante - pasaba en primer lugar por la pérdida del sentido de obediencia a la “Esposa de Cristo, nuestra santa madre Iglesia jerárquica” [Regla 1ª EE 353]. Una pérdida que se manifestaba en su comienzo principalmente como un debilitamiento de la adhesión al Papa y al sacerdocio ordenado y que podía llegar a convertirse en una aversión violenta y en una abierta rebelión. A esta debilidad o quiebre de la fe eclesiológica le subyace una debilidad paralela de la fe en el vínculo amoroso que une al Señor con su Iglesia y en la acción del Espíritu Santo en Cristo y en su Esposa: ”creyendo – dice Ignacio - que entre Cristo Señor, esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo Espíritu que nos gobierna y rige” [Regla 13ª; EE 365]. No se trata pues de un mero problema disciplinar sino de una desobediencia que nace de un espíritu de impugnación; se trata de una rebeldía espiritual, que se origina en una debilidad de la fe y culmina en la pérdida de la fe católica y una separación de la comunión eclesial.




De este afecto rebelde, observable también hoy tanto en algunos fieles católicos como protestantes, nacen todas las impugnaciones disciplinares y de aspectos particulares de la vida eclesial. La terapia del mal que propone Ignacio no pasa ni por la polémica ni por la impugnación. A este mal opone San Ignacio aquel afecto creyente y católico que aprueba y alaba los usos católicos impugnados. Alabanza de la práctica sacramental, confesar con sacerdote [2] , comulgar con la mayor frecuencia posible, oír misa a menudo, cantos, salmos y oraciones en el templo y fuera de él, oficio divino y horas canónicas. Alabanza no solamente de los sacramento sino también de los sacramentales, puestos bajo sospecha o acusación de ser prácticas supersticiosas: vida religiosa y votos de religión, virginidad, continencia, devoción a los santos y a sus reliquias, invocación de su intercesión; peregrinaciones, indulgencias, cruzadas; agua bendita, incienso, escapularios y medallas, bendición de personas, de animales y de objetos, de imágenes, de casas y edificios; candelas encendidas, ayunos y abstinencias, tiempos litúrgicos; penitencias internas y más aún externas (cilicios, disciplinas); ornamentos litúrgicos, edificios de iglesias [3] .


 Hoy habría invitado a alabar el uso del velo para orar las
mujeres, y de reclinatorios

 [4] . Alabar la abundancia de retablos e imágenes sagradas tenidas en veneración [5] . Alabar preceptos de la Iglesia, sus tradiciones y costumbres de los mayores. Alabar la teología positiva y también la escolástica [6] .

Este elenco permite comprobar en qué y en qué medida, según los lugares, personas, parroquias, órdenes y congregaciones religiosas, estos usos han sido y siguen siendo impugnados, abandonados o combatidos, sea mediante cuestionamientos teóricos sea mediante burlas; o están en regresión o en proceso de desaparición.

Y esto demuestra hasta qué punto permanece viva la tentación interior contra la comunión.

Para terminar señalemos un hecho: la protestantización es hoy una epidemia del catolicismo en Latinoamérica donde asistimos a un verdadero éxodo de fieles católicos hacia los cultos pentecostales o evangélicos. Unos, en su mayor parte los profesionales e intelectuales, porque se han enfriado en su pertenencia católica debido a la transculturación a la cultura globalizada adveniente y dominante. Otros porque van a buscar fervor en los cultos pentecostales; o respaldo moral y solidaridad comunitaria en comunidades evangélicas.
                                                                                                         Religiosas modernas


Otros porque caen en las redes de un pseudocristianismo sin cruz que les promete el pare de sufrir. Pero el actual abandono multitudinario de la comunión católica es el desenlace final de un mal que se venía incubando desde mucho antes debajo de las apariencias exteriores de la comunión eclesial católica.

Después de describir el síndrome protestante, sus síntomas y su naturaleza íntima, escuchemos las voces de atentos observadores de la realidad eclesial, que han señalado la presencia actual del mal y nos permitirán comprender mejor su naturaleza, sus causas y su desenlace.


Mons. Marcel Lefebvre Comenzamos por la voz de quienes, debido a la alarma ante la gravedad del mal y por la vehemencia misma de su preocupación, terminaron, desgraciadamente, apartándose de la comunión eclesial. Tras la finalización del Concilio Vaticano II, Monseñor Marcel Lefebvre le había reprochado al Novus Ordo Missae de Pablo VI, haber abierto el camino a la protestantización de la celebración eucarística católica. Fue ese uno de los motivos, aunque ni el primero ni el principal, por el que sus protestas terminaron en cisma. Diríamos que fue la gota que desbordó el vaso.

Su sucesor Mons. Bernard Fellay, en sus conversaciones con el Cardenal Darío Castrillón Hoyos, mantenidas con la esperanza de restaurar la unidad en ocasión del año jubilar del 2000, previno que, aún si volviese hoy a la unidad católica, seguiría combatiendo el modernismo y el liberalismo en la Iglesia y continuaría sosteniendo, entre otras cosas, que “la misa de Pablo VI tiene silencios que abren el camino a la ‘protestantización’” y que se seguiría oponiendo “a una forma de ecumenismo que hace perder la idea de la única Iglesia, con el peligro de una mentalidad protestante” [7] . Si volviera a la comunión no estaría solo en esta lucha en la que se siguen empeñando muchos católicos, como veremos a continuación.


Señalar la protestantización no significa ser lefebvrista Dado que estas denuncias han sido casi una bandera del sector de creyentes cuyo sentir interpretaba Mons. Lefevbre y sus seguidores, han estimado algunos que hablar de protestantización – ya sea de la celebración eucarística ya sea de otros aspectos del catolicismo - sería algo propio y exclusivo de una óptica “fundamentalista” y, por eso, un tópico que habría que desechar, so pena de incurrir en lefebvrismo.

Esta afirmación no resiste al examen. Porque no han sido solamente Monseñor Marcel Lefebvre y la Hermandad Pío X, quienes han señalado la tendencia protestantizante dentro del catolicismo actual. Coinciden en comprobar y reconocer lo mismo, con parecida alarma, numerosas voces eclesiásticas católicas nada sospechables de lefebvrismo; que señalan y resisten el proceso desde dentro de la comunión católica. Espiguemos algunas...

Monseñor José Guerra Campos

Mons. José Guerra Campos, destacada figura del episcopado español, que participó en el Concilio Vaticano II, comprobaba en 1980 que estaban ocurriendo ya “tantas cosas extrañas” en la Iglesia católica en la España postconciliar, “que su acumulación – decía - anula ya la extrañeza, convirtiendo lo deforme en algo acostumbrado”. Y se preguntaba acto seguido: “¿No demuestra esto precisamente que está en marcha un proceso de protestantización de la Iglesia en España?”. Proponía este prelado como medida imprescindible, con la finalidad de que las fuerzas sanas que había todavía en el catolicismo español contuviesen el proceso de protestantización y consiguiesen en España un nuevo florecimiento de la vida católica, “la acción adecuada de la Jerarquía”, para lo cual es – decía – “indispensable que los organismos dependientes de la Jerarquía no sigan albergando la oposición al Magisterio de la Iglesia” [8] . Es decir, que las tendencias protestantizantes habían penetrado y se albergaban, según el diagnóstico de este prelado, dentro mismo de las instituciones eclesiásticas oficiales y a vista y paciencia de la jerarquía española.

El Rin se vuelca en el Tiber

Si esto estaba empezando a suceder con el episcopado español del postconcilio, en otros episcopados la situación era de larga data. Ya dentro del aula del Concilio Vaticano II se puso de manifiesto una tensión, sin duda preexistente, entre la óptica de los obispos provenientes de los países de mayoría protestante por un lado y los provenientes del mundo latino y de mayoría católica por el otro. Ralph M. Wiltgen SVD en su libro El Rin desemboca en el Tiber. Historia del Concilio Vaticano II [9] : ha mostrado documentadamente cómo la influencia protestantizante llegó a Roma desde los países bañados por el Rin (Alemania, Austria, Suiza, Francia y Holanda) y de la vecina Bélgica [10] . “Los cardenales y teólogos de estos seis países – afirma y documenta el Padre Wiltgen - consiguieron ejercer un influjo predominante sobre el Concilio Vaticano II”. El Padre Wiltgen fue testigo de las luchas libradas dentro y alrededor del aula conciliar, a la que no eran ajenas las infiltraciones culturales del mundo y las presiones de la prensa y de los centros de documentación.

“La opinión pública sabe muy poco – afirma – de la poderosa alianza establecida por las fuerzas del Rin, factor que influyó de forma considerable sobre la legislación conciliar. Y se ha oído hablar todavía menos de la media docena de grupos minoritarios que surgieron precisamente para contrarrestar esa alianza”.


Alrededor del Primado de Pedro: La Nota Explicativa Previa


Humanamente hablando, sin la acción moderadora del Espíritu Santo y del justo medio alcanzado gracias a su acción, se hubiera impuesto la visión de gran parte de los episcopados residentes en el mundo protestante. Esta tendencia se puso de manifiesto no solamente alrededor del Concilio sino incluso dentro del aula, en forma de visiones eclesiológicas ‘episcopalistas’ que amenazaba menguar la autoridad suprema, doctrinal y jerárquica correspondiente al primado del Papa. Pablo VI tuvo que moderar la fuerza de esa tendencia y de lo que había logrado en la redacción de la Lumen Gentium, mediante la Nota explicativa previa [11] referente al capítulo tercero de esa Constitución. Pablo VI salió así al paso de interpretaciones del texto conciliar que ya circulaban y que apuntaban a recortar la autoridad propia que la tradición católica reconoce al sucesor de Pedro y Vicario de Cristo, Se pretendía relativizar el dogma de la Infalibilidad, proclamado por el Vaticano I.

La Comisión Doctrinal, ‘por Autoridad superior’, es decir por mandato del Papa, declara en la Nota explicativa que: “El paralelismo entre Pedro y los demás Apóstoles por una parte, y el Sumo Pontífice y los demás obispos, por otra, no implica la transmisión de la potestad extraordinaria de los apóstoles a sus sucesores ni, como es evidente, la igualdad entre la Cabeza y los miembros del colegio”.

La necesidad en que se vio Pablo VI demuestra que lo relatado por Wiltgen se ajusta a la verdad histórica y que entre los mismos Padres conciliares había una fracción que, sin la intervención del Magisterio pontificio, hubiera podido excederse en la dirección que sale a vetar Pablo VI. Se había logrado un texto ambiguo que se prestaba a ser interpretado en la dirección de una eclesiología protestantizada, tendiente a recortar la autoridad Papal, nivelándola con la de los demás obispos.

De hecho, después del Concilio, y para dar satisfacción a esas aspiraciones en lo que tenían de justas y no se apartaba de la sana eclesiología, se crearon las conferencias episcopales y los sínodos periódicos de obispos.

( Continua)

lunes, 16 de noviembre de 2009

La venida del Señor.





Aquí volvemos a hallar las imágenes, grandiosas y terribles a la vez, con que los antiguos profetas pintaron cuadros semejantes a éste. El Salvador nos hace asistir a trastornos espantosos, que, como dijo San Pedro, siguiendo a su Maestro, transformarán y renovarán nuestro mundo físico. La descripción de la majestuosa llegada del Hijo del hombre, rodeado de ángeles que formarán su corte, con ser brevísima, es admirable.


Desde los primeros siglos han indagado los intérpretes qué se ha de entender por "la señal del Hijo del hombre", cuya aparición precederá a la del mismo Mesías. Según varios Padres, será la cruz del Redentor, símbolo de nuestra salvación; y aunque esta opinión no conste ser enteramente cierta, ningún reparo serio puede oponérsele. Jesús describe también con estilo vigoroso el pesar que a la vista de esta serial del Hijo del hombre sentirán las gentes congregadas para el juicio universal: se golpearán el pecho, deplorando, unos su incredulidad, otros el indigno trato que dieron al Salvador. Ya Daniel, en un texto célebre, había representado al Mesías en figura del Hijo del hombre que asciende sobre las nubes hasta el trono de Dios y recibe de Él "dominación, gloría y reinado" sobre todas las naciones. Nuestro Señor alude a las claras a este pasaje, con lo que evidentemente afirma que El mismo era el Cristo anunciado por los profetas.


El cuadro que sigue es de gran belleza. El Salvador, usando de todo su poder, enviará a sus ángeles por toda la tierra, para que reúnan delante de Él a todos los hombres que han de ser juzgados. San Pablo completará esta descripción e insistirá sobre la realidad de la trompeta, a cuyo penetrante sonido los muertos saldrán de sus sepulcros y acudirán al tribunal del Soberano Juez.


Jesús, descendiendo de estas alturas sublimes, puso de relieve, con una breve parábola llena de frescura, la infalibilidad de sus predicciones.


"Aprended de la higuera una comparación: cuando sus ramas están ya tiernas y las hojas han brotado, sabéis que el estío está cerca; pues del mismo modo, cuando vosotros viereis todo esto, sabed que el Hijo del hombre está cerca, a las puertas. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que sucedan todas estas cosas. Pasarán el cielo y la tierra; mas mis palabras no pasarán"


Por tercera vez recurre Nuestro Señor a la comparación de la higuera para dar una lección a sus discípulos, pues como quiera que este árbol era muy común en Palestina, cualquier figura que se tomase de su cultivo o de su vida era fácilmente entendida. Comenzaba a la sazón la primavera, y la savia subía por las ramas y las hacía tiernas y flexibles; las yemas se hinchaban, se abrían, y las hojas empezaban a aparecer. Cuando éstas se han desarrollado por entero, está próximo el verano. Así también cuando se vea que se cumplen las diversas señales que el Salvador ha anunciado en la primera parte de su discurso, se sabrá que los acontecimientos de que estos signos son precursores se cumplirán sin tardanza. Jesús lo afirma con seguridad asombrosa. De ordinario, nada hay tan frágil ni fugaz como una palabra; las de Cristo sobrepujan en solidez a los elementos más estables y robustos.


En la segunda parte del discurso escatológico Nuestro Señor saca de sus anteriores enseñanzas exhortaciones prácticas, que habían de ser para sus apóstoles y para su Iglesia de grandísima utilidad. Son la respuesta a la pregunta que le habían hecho al principio: "Dinos cuándo sucederán estas cosas", mas no para determinar fechas precisas y ciertas, sino al contrario, para insistir sobre la incertidumbre del instante de su cumplimiento. De ahí esa continua vigilancia que ahincadamente recomienda. Las dichas exhortaciones se resumen en las palabras tantas veces repetidas: "¡Velad y estad preparados!"


La solemne aserción con que principian, según el texto de San Marcos, es para extrañar a primera vista:
"Mas en cuanto a aquel día y aquella hora, nadie los conoce: ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre"


La ciencia de los ángeles, aunque muy superior a la de los hombres, es limitada, particularmente en lo que toca a los misterios de la redención. En cuanto al Hijo del hombre, según lo que ya dijimos, cosa evidente es que no puede admitirse ignorancia sobre un hecho en que Él ha de desempeñar el oficio principal, porque esto sería inconciliable con su divinidad. De estas palabras hacían argumento los arrianos y agnoetas para negar la divinidad de Nuestro Señor; pero ya los Padres y después los teólogos, con distinciones tan claras como sólidas, expusieron la verdadera significación de estas palabras. Solo en apariencia son restrictivas. Así lo conceden muchos de los mismos neocríticos, de acuerdo con nosotros esta vez. Prueba de que Jesús sabía el día y la hora del fin del mundo sería, si otras nos faltasen, la descripción misma, tan precisa y concreta, que acaba de hacer. No solo como Dios, sino aun como hombre, conocía hasta los mínimos pormenores del plan divino.


Con todo, aun a sus más íntimos amigos no les comunicaba de este plan sino lo que su Padre le había dado la misión de revelar; ahora bien, esta misión no se extendía a revelar el punto indicado. Poco antes de su ascensión, a una pregunta muy semejante de los apóstoles, dará esta significativa respuesta: "No toca a vosotros conocer los tiempos ni las razones que el Padre ha determinado de su poder". Las últimas palabras declaran bien, de parte del Padre y con respecto al Hijo, la restricción de que hemos hablado.


San Mateo es el único que trae en este lugar ciertas correlaciones señaladas por Nuestro Señor entre el diluvio y su segundo advenimiento, para dar a entender lo inesperado y lo repentino del último juicio y la necesidad de estar apercibidos.

(L. Cl. Fillion, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tomo II, Ed. Poblet, Buenos Aires, 1950, pg. 476-478)

ANGELUS 2009-11-15